Distinguiciones de la lengua para un escrividente

El escrividente no litera por apego a la vigilia. Ya tendrá reposo prolongado en la mórvil tarea de abandonar la escrividencia por la cadavericidad.
Si dedicara su pluma a la literatitud, _cosa que para los del más allá representa una pérdida de ganancia_ toda gracia y esfuerzo pasaría a desgano y cumplimiento con el capricho terrenal para abandonar el dictado artefáctico de la analfabestría, una esteticidad inefable de espiritez descarnada.
El escrividente no es autor sino instrumento de las reglas de la clandestinidad espírica, afasia verborrágica de ambulantes sin ocupación, más que la inspiración especulativa.
Juego de patriotas del destierro, empiolinizadores estertantes de una mano sin control.
En esta clase de sujección, pulsativa de titiritez y ventriloquía, el escrividente abre su casa-valija del más allá para tornear malvones como manijas que apestan pero colorizan. Entonces todo en él es licencia y nada efectividad. Como cuando decide Vanalidad no en vano sin “B” ó decóra cón cotillónes dé tíldes cualquiér sómbra dé dúda qué imprecísa trastóque lá elocución.
Será pór sú geográfica Rioplaténse, pór sú moralidád dé académia perdedóra.
Intelectiva mediante, el escrividente se las ingenia para que el lector abandone su apachorrado prejuicio letrado y se deje raspar las encías en voz alta, vaya por ese mandado a quedarse con los vueltos y no exija para sí las mercancías encomendadas en el trámite de la traducción.

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